Tecnologia ¿y?

>> sábado, 11 de abril de 2009

“I believe there is no source of deception in the investigation of nature which can compare with a fixed belief that certain kinds of phenomena are impossible.” (William James)

Cuenta una anécdota que en 1914, Thomas Edison y Nicolás Tesla fueron propuestos para ganar el Premio Nobel de Física conjuntamente. Siendo acérrimos rivales, ambos rechazaron la posibilidad de compartir el premio ya que se rehusaron a aparecer juntos en el mismo escenario. Así las dos personas que más contribuyeron a la electrificación del mundo se fueron con las manos vacías…

La esencia de la disputa entre ambos genios era sobre el cómo hacer accesible la energía eléctrica para la humanidad. El primero, Edison, buscaba lucrar con la distribución eléctrica, el segundo, Tesla defendía que el acceso a la energía debía ser gratuito. Edison, encontró las alianzas de financiamiento apropiadas en J.P. Morgan y los Vanderbilt, para que se impusiera su propuesta. Desde entonces, y gracias a estas disputas, los seres humanos tenemos que pagar por la energía que consumimos y la producción de energía es un enorme negocio, no solo para las empresas sino para los estados mismos.

Curiosamente, los polos que ambos defendían sobre si se debía distribuir corriente directa (Edison) o alterna (Tesla) estaban invertidos. Aunque más tarde la distribución comercial de energía directa creada por Edison mediante su compañía “General Electric” fue sustituida por corriente alterna gracias a la iniciativa y rivalidad de George Westinghouse con el inventor. Hoy en día la opción gratuita se podría solventar en base a la corriente directa obtenida con tecnología básicamente solar, que se podría instalar en cada casa ya que la mayoría de los aparatos que usamos en los hogares funcionan con corriente directa de bajo voltaje por lo que necesitan el uso de transformadores, fuentes de poder, eliminadores de baterías y cargadores adicionales que convierten la corriente alterna distribuida en altos voltajes en corrientes directas de voltaje más bajo.

El éxito de la introducción del modelo de Edison y la avidez humana por el uso de cada vez más y más aditamentos tecnológicos que “hacen más cómoda la vida” sentaron las bases para que la tecnología se convirtiera en una de las formas de esclavitud velada más eficaces en el mundo contemporáneo lo que se debe, fundamentalmente, a que surgen de los dictados del consumismo, el marketing y las ganancias millonarias y no por los criterios de la eficiencia y funcionalidad, como se predica.

Los productos de la tecnología actual, para acrecentar las ganancias, desde su mismo diseño tienen caducidades innecesarias incluidas. Una primera es la obsolescencia planeada. Un ejemplo típico es la computadora. Bill Gates, hace ya varios años declaró públicamente que la computadora perfecta ya existía. Su compañía Microsoft sigue comercializando esa “perfección” a cuenta gotas. Es cierto que su desarrollo avanza a pasos agigantados. Pero también es cierto que no todas las piezas de una computadora lo hacen. La tecnología de las tarjetas madre, desde hace años sigue siendo básicamente la misma. Para hacerla obsoleta, cada dos o tres años cambian el diseño del soquet donde se coloca la parte más vital del sistema, el procesador, que si está cambiando. Por ende, si quiero actualizar mi máquina, tengo que cambiar por lo menos dos piezas, el procesador y la tarjeta madre, (y, si todo resulta bien para la industria compro un equipo totalmente nuevo). Otro truco que se usa para incrementar la obsolescencia planeada es el software, que se diseña de tal manera que una versión nueva simplemente no se puede correr en una máquina que es unos cuantos años más vieja.

La otra obsolescencia es la percibida. Aquí juegan un papel fundamental las modas. Los cambios en el diseño de cualquier cosa, evidentemente no son necesarios si no hay un cambio fundamental en su funcionalidad. El automóvil, por ejemplo, desde que se inventó sigue teniendo cuatro llantas, un motor, volante, asientos y carrocería. Todo lo demás, salvo algunos detalles de seguridad y mejoras de los motores, sale sobrando. Sin embargo, percibimos como ridículo si alguien, a los 25, sigue usando el coche que le regalaron cuando salió de la preparatoria. La moda nos indica que necesitamos un modelo más reciente. Preferentemente uno que denote en que parte de la pirámide social pretendemos estar o estamos ubicados. Acudimos, rigurosamente a la agencia buscando el mejor de los tratos: 5 años en cómodas mensualidades. Obviamente el coche ya estará “viejo” –fuera de moda- incluso antes de que hayamos terminado de pagarlo.

“Si la tecnología automotriz se hubiera desarrollado al mismo ritmo que la de las computadoras, los Rolls Royce costarían 100 dólares, darían 1000 kilómetros por litro de gasolina y tendrían conductores automáticos conectados a una red mundial de control satelital…” La tecnología del transporte fue una gran idea, sus usos, eficiencia y mejora tecnológica ha sido pésima si tomamos en cuenta sus costos sociales (infraestructura necesaria), humanos (vidas y heridos por accidentes) y ecológicos (explotación de recursos y contaminación). El criterio para no cambiar significativamente los automóviles, salvo en sus diseños exteriores, es meramente comercial ya que se argumenta que, con “la tecnología disponible”, esos cambios aumentarían a un nivel exorbitante el costo de las unidades.

El peor defecto del automóvil, sin embargo, es que, al haberse planteado particular -esto es más negocio- las calles de las ciudades están cada vez más llenas de ellos sin que se puedan encontrar soluciones al tráfico y el alargamiento de los desplazamientos que esto ocasiona. Y no se pueden ni van a encontrar ya que ninguna ciudad actualmente existente fue diseñada, ni puede ser diseñada para un vehículo por habitante o incluso un vehículo por familia dentro de los parámetros de propiedad de la tierra actualmente existentes. El tamaño de las ciudades tendría que ser muchas veces mayor y el costo, sobre todo social, que esto implica en términos de adquisición de tierras es enorme. La solución para el tráfico vehicular no es construir segundos pisos sobre el periférico sino generar un sistema de transporte público mucho más eficiente y atractivo para todos sus usuarios complementado con el desplazamiento natural humano que es el caminar y, su extensión, la bicicleta.

Regresando al tema de la obsolescencia ya sea real, planeada o percibida, esta nos ha enfrentado a un problema: ¿Qué hacemos con tanto desperdicio?

Una parte de la tecnología desechada, de segunda mano, peligrosa y/o obsoleta se sigue manteniendo en el mercado mandándola a regiones más atrasadas -lo que no quiere decir otra cosa que más pobres- donde todavía “puede servir de algo”.

Aunque existe y se está implementando en todas partes el sistema del reciclado, lo cierto es que la gran mayoría de los productos que desechamos (no tanto en el ámbito casero sino sobre todo en el de la producción misma) no pueden ser reciclados y terminan o bien quemados, emitiendo nuevos contaminantes a la atmósfera, o dentro de rellenos sanitarios pasándole la factura a las generaciones venideras.

Si un producto resulta ser dañino para el ambiente o el cuerpo humano, según los estudios de las autoridades estadounidenses o europeas, las compañías agroquímicas, farmacéuticas y las que manejan los desperdicios, lejos de procesarlas o retirarlas del mercado, las envían por años y a veces décadas a los países que o no tienen la normatividad tan estricta o cuyas autoridades son sobornables y cierran los ojos ante el problema que están comprando, a cambio de un buen abultamiento de sus bolsillos personales.

Lo dañino, por cierto, es todo un capítulo aparte. Para la transformación de prácticamente todas las materias primas se usan un sinnúmero de sustancias químicas, muchas de las cuales, posiblemente incluso la mayoría, nos están generando graves problemas de salud. La evaluación sanitaria de todos estos productos de forma independiente y, sobre todo, combinada, sigue siendo una de las grandes tareas pendientes.

El resultado más evidente de la tecnología como existe actualmente es una paranoia en torno al agotamiento de los recursos no renovables, una disparidad mundial generalizada en el acceso a las mismas y el daño, muchas veces irreversible o reversible solo con un altísimo costo social, del medio ambiente.

Cuando contemplamos, nuestro mundo tecnologizado nos contagia la ceguera del orgullo. Lo cierto es que, en este aspecto, sigue siendo vigente la frase que el alemán Georg Lichtenberg, pronunció en el siglo XVIII: “Quizá, al paso del tiempo, se pensará en la llamada Edad Oscura como incluyendo la nuestra.”

La Edad Oscura de la Alta Edad Media se oscureció con los lentes que impuso la ideología religiosa de la Iglesia, los lentes de hoy son verdes, se llaman dólares y se imponen al mundo por las grandes corporaciones multinacionales que se han adueñado de las tecnologías en su propio y único beneficio.

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