Tecnologia ¿y?

>> sábado, 11 de abril de 2009

“I believe there is no source of deception in the investigation of nature which can compare with a fixed belief that certain kinds of phenomena are impossible.” (William James)

Cuenta una anécdota que en 1914, Thomas Edison y Nicolás Tesla fueron propuestos para ganar el Premio Nobel de Física conjuntamente. Siendo acérrimos rivales, ambos rechazaron la posibilidad de compartir el premio ya que se rehusaron a aparecer juntos en el mismo escenario. Así las dos personas que más contribuyeron a la electrificación del mundo se fueron con las manos vacías…

La esencia de la disputa entre ambos genios era sobre el cómo hacer accesible la energía eléctrica para la humanidad. El primero, Edison, buscaba lucrar con la distribución eléctrica, el segundo, Tesla defendía que el acceso a la energía debía ser gratuito. Edison, encontró las alianzas de financiamiento apropiadas en J.P. Morgan y los Vanderbilt, para que se impusiera su propuesta. Desde entonces, y gracias a estas disputas, los seres humanos tenemos que pagar por la energía que consumimos y la producción de energía es un enorme negocio, no solo para las empresas sino para los estados mismos.

Curiosamente, los polos que ambos defendían sobre si se debía distribuir corriente directa (Edison) o alterna (Tesla) estaban invertidos. Aunque más tarde la distribución comercial de energía directa creada por Edison mediante su compañía “General Electric” fue sustituida por corriente alterna gracias a la iniciativa y rivalidad de George Westinghouse con el inventor. Hoy en día la opción gratuita se podría solventar en base a la corriente directa obtenida con tecnología básicamente solar, que se podría instalar en cada casa ya que la mayoría de los aparatos que usamos en los hogares funcionan con corriente directa de bajo voltaje por lo que necesitan el uso de transformadores, fuentes de poder, eliminadores de baterías y cargadores adicionales que convierten la corriente alterna distribuida en altos voltajes en corrientes directas de voltaje más bajo.

El éxito de la introducción del modelo de Edison y la avidez humana por el uso de cada vez más y más aditamentos tecnológicos que “hacen más cómoda la vida” sentaron las bases para que la tecnología se convirtiera en una de las formas de esclavitud velada más eficaces en el mundo contemporáneo lo que se debe, fundamentalmente, a que surgen de los dictados del consumismo, el marketing y las ganancias millonarias y no por los criterios de la eficiencia y funcionalidad, como se predica.

Los productos de la tecnología actual, para acrecentar las ganancias, desde su mismo diseño tienen caducidades innecesarias incluidas. Una primera es la obsolescencia planeada. Un ejemplo típico es la computadora. Bill Gates, hace ya varios años declaró públicamente que la computadora perfecta ya existía. Su compañía Microsoft sigue comercializando esa “perfección” a cuenta gotas. Es cierto que su desarrollo avanza a pasos agigantados. Pero también es cierto que no todas las piezas de una computadora lo hacen. La tecnología de las tarjetas madre, desde hace años sigue siendo básicamente la misma. Para hacerla obsoleta, cada dos o tres años cambian el diseño del soquet donde se coloca la parte más vital del sistema, el procesador, que si está cambiando. Por ende, si quiero actualizar mi máquina, tengo que cambiar por lo menos dos piezas, el procesador y la tarjeta madre, (y, si todo resulta bien para la industria compro un equipo totalmente nuevo). Otro truco que se usa para incrementar la obsolescencia planeada es el software, que se diseña de tal manera que una versión nueva simplemente no se puede correr en una máquina que es unos cuantos años más vieja.

La otra obsolescencia es la percibida. Aquí juegan un papel fundamental las modas. Los cambios en el diseño de cualquier cosa, evidentemente no son necesarios si no hay un cambio fundamental en su funcionalidad. El automóvil, por ejemplo, desde que se inventó sigue teniendo cuatro llantas, un motor, volante, asientos y carrocería. Todo lo demás, salvo algunos detalles de seguridad y mejoras de los motores, sale sobrando. Sin embargo, percibimos como ridículo si alguien, a los 25, sigue usando el coche que le regalaron cuando salió de la preparatoria. La moda nos indica que necesitamos un modelo más reciente. Preferentemente uno que denote en que parte de la pirámide social pretendemos estar o estamos ubicados. Acudimos, rigurosamente a la agencia buscando el mejor de los tratos: 5 años en cómodas mensualidades. Obviamente el coche ya estará “viejo” –fuera de moda- incluso antes de que hayamos terminado de pagarlo.

“Si la tecnología automotriz se hubiera desarrollado al mismo ritmo que la de las computadoras, los Rolls Royce costarían 100 dólares, darían 1000 kilómetros por litro de gasolina y tendrían conductores automáticos conectados a una red mundial de control satelital…” La tecnología del transporte fue una gran idea, sus usos, eficiencia y mejora tecnológica ha sido pésima si tomamos en cuenta sus costos sociales (infraestructura necesaria), humanos (vidas y heridos por accidentes) y ecológicos (explotación de recursos y contaminación). El criterio para no cambiar significativamente los automóviles, salvo en sus diseños exteriores, es meramente comercial ya que se argumenta que, con “la tecnología disponible”, esos cambios aumentarían a un nivel exorbitante el costo de las unidades.

El peor defecto del automóvil, sin embargo, es que, al haberse planteado particular -esto es más negocio- las calles de las ciudades están cada vez más llenas de ellos sin que se puedan encontrar soluciones al tráfico y el alargamiento de los desplazamientos que esto ocasiona. Y no se pueden ni van a encontrar ya que ninguna ciudad actualmente existente fue diseñada, ni puede ser diseñada para un vehículo por habitante o incluso un vehículo por familia dentro de los parámetros de propiedad de la tierra actualmente existentes. El tamaño de las ciudades tendría que ser muchas veces mayor y el costo, sobre todo social, que esto implica en términos de adquisición de tierras es enorme. La solución para el tráfico vehicular no es construir segundos pisos sobre el periférico sino generar un sistema de transporte público mucho más eficiente y atractivo para todos sus usuarios complementado con el desplazamiento natural humano que es el caminar y, su extensión, la bicicleta.

Regresando al tema de la obsolescencia ya sea real, planeada o percibida, esta nos ha enfrentado a un problema: ¿Qué hacemos con tanto desperdicio?

Una parte de la tecnología desechada, de segunda mano, peligrosa y/o obsoleta se sigue manteniendo en el mercado mandándola a regiones más atrasadas -lo que no quiere decir otra cosa que más pobres- donde todavía “puede servir de algo”.

Aunque existe y se está implementando en todas partes el sistema del reciclado, lo cierto es que la gran mayoría de los productos que desechamos (no tanto en el ámbito casero sino sobre todo en el de la producción misma) no pueden ser reciclados y terminan o bien quemados, emitiendo nuevos contaminantes a la atmósfera, o dentro de rellenos sanitarios pasándole la factura a las generaciones venideras.

Si un producto resulta ser dañino para el ambiente o el cuerpo humano, según los estudios de las autoridades estadounidenses o europeas, las compañías agroquímicas, farmacéuticas y las que manejan los desperdicios, lejos de procesarlas o retirarlas del mercado, las envían por años y a veces décadas a los países que o no tienen la normatividad tan estricta o cuyas autoridades son sobornables y cierran los ojos ante el problema que están comprando, a cambio de un buen abultamiento de sus bolsillos personales.

Lo dañino, por cierto, es todo un capítulo aparte. Para la transformación de prácticamente todas las materias primas se usan un sinnúmero de sustancias químicas, muchas de las cuales, posiblemente incluso la mayoría, nos están generando graves problemas de salud. La evaluación sanitaria de todos estos productos de forma independiente y, sobre todo, combinada, sigue siendo una de las grandes tareas pendientes.

El resultado más evidente de la tecnología como existe actualmente es una paranoia en torno al agotamiento de los recursos no renovables, una disparidad mundial generalizada en el acceso a las mismas y el daño, muchas veces irreversible o reversible solo con un altísimo costo social, del medio ambiente.

Cuando contemplamos, nuestro mundo tecnologizado nos contagia la ceguera del orgullo. Lo cierto es que, en este aspecto, sigue siendo vigente la frase que el alemán Georg Lichtenberg, pronunció en el siglo XVIII: “Quizá, al paso del tiempo, se pensará en la llamada Edad Oscura como incluyendo la nuestra.”

La Edad Oscura de la Alta Edad Media se oscureció con los lentes que impuso la ideología religiosa de la Iglesia, los lentes de hoy son verdes, se llaman dólares y se imponen al mundo por las grandes corporaciones multinacionales que se han adueñado de las tecnologías en su propio y único beneficio.

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Sobre la ignorancia tecnológica

“Y sin embargo se mueve” (Galileo)

Muchos estamos familiarizados con la mítica historia de Galileo quien tuvo que defender su teoría del movimiento de la Tierra alrededor del Sol ante la Inquisición y estuvo a punto de ser condenado. Otra historia un poco menos familiar es la de Giordano Bruno quien no se salvo de la hoguera. Una tercera historia, aun menos familiar, es la de Hildegard von Bingen, quien, por el simple hecho de ser mujer, tuvo que esperar novecientos años para ser escuchada y tomada en serio. Al escuchar o leer estas historias creemos que pertenecen al pasado negro de la Iglesia y suspiramos agradecidos que los tiempos de la Inquisición han quedado atrás.

Sin embargo, la imposición de los sellos del silencio sobre aquellos que se atreven a pensar de formas diferentes sigue siendo una práctica común aunque las formas de hacerlo se han vuelto mucho más sutiles y posiblemente generarán menos escándalo entre las generaciones futuras. Pensemos tan solo en el enloquecimiento póstumo de Nicolás Tesla, los encarcelamientos de Wilhelm Reich y Timothy Leary, o el confinamiento de Viktor Schauberger en el desierto tejano lejos de su amado bosque y el agua, por mencionar casos conocidos del siglo XX y sucedidos en la nación más “libre” del mundo, los Estados Unidos.

La cultura occidental ha basado sus esquemas de adquisición de conocimiento en lo que Sir Francis Bacon culminantemente llamaría “el razonamiento inductivo” o para transcribirlo con palabras más claras, en lo que unos siglos más tarde fue bautizado y refinado como el método científico. El mismo término, el razonamiento, en que basamos gran parte de nuestro conocimiento, nos habla ya de una falta de validación y fomento de caminos de adquisición alternos a pesar de que el mismo método científico, sobre todo en el ámbito de la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad nos ha demostrado con creces que la razón ya no es suficiente para llegar a comprender la realidad: hay que intuirla, emocionarla, percibirla, “concienzarla” entre muchos otros procesos y las claves y llaves para lograrlo, se nos adoctrina por todos lados, no pueden ser descubiertas por ser humano alguno más que por medio de situaciones azarosas o por medio de largos entrenamientos.

La pregunta que se abre es si la razón es tan limitada, porque no se han implementado métodos para que nos adiestremos en esas otras habilidades de adquisición de conocimiento desde niños, en las escuelas por ejemplo. La justificación de la pregunta nos la da la ciencia misma cuando nos dice a través de sus estudios que los seres humanos solo llegamos a explotar entre el 4% y el 6% del potencial de nuestra mente. ¿Será que el resto de nuestro potencial no sirve para nada, que está latente para algún desarrollo futuro, o será que realmente está funcionando a toda su capacidad y nosotros mismos carecemos de las herramientas para accesarlo? ¿Será que con el potencial cerebral humano la naturaleza por primera vez se equivocó diseñando algo que no tiene función alguna?

Si contemplamos los casos de científicos encarcelados y silenciados en el siglo pasado que mencioné arriba tarde o temprano notamos que tres de ellos, Tesla, Reich y Schauberger tenían dos cosas en común, la primera fue que nacieron en el antiguo imperio Austro-Húngaro y la segunda, más relevante para el tema que nos ocupa, que realizaron investigaciones sobre la energía, aunque lo hicieron, desarrollaron y contemplaron de formas diferentes. Los tres descubrieron por su lado la existencia de formas de energía disponibles en cantidades prácticamente ilimitadas y para cuya explotación no se necesitaba gastar absolutamente nada. Su costo de obtención, salvo una inversión técnica inicial, es nulo.

De los tres científicos se llegó a decir que estaban locos o que habían enloquecido en algún momento de su vida, de los tres se llegó a decir que una parte de sus investigaciones eran apropiadas y valiosas y que la otra -la que se refiere a esas formas de energía universales y gratuitas- son una serie de tonterías sin sustento. Muchos en la academia siguen pensando de esa forma apegándose a lo establecido sin osar cruzar las barreras que implicaría investigar y experimentar en base a los postulados de esas grandes mentes para comprobar si efectivamente tienen algún fundamento.

La energía y su obtención fueron y, de no cambiar las cosas pronto, seguirán siendo el negocio más importante del mundo. De las 10 empresas más grandes del orbe, 6 son petroleras y 3 automovilísticas, lo que quiere decir que están directamente relacionadas con el uso de la energía y sus intereses. Sobra decir que están encaminadas hacia la explotación de una, y solo una forma de energía: la energía que se obtiene del uso de los combustibles fósiles.

La forma en que nuestra cultura occidental maneja la energía fósil es contradictoria por sí misma. Por un lado se lanza a un Al Gore haciendo campaña contra el Calentamiento Global, ¡que curiosamente pretende solucionar con un impuesto universal sobre el carbón!, y por el otro, se apoya a las grandes empresas automovilísticas con miles de millones de dólares para que sigan produciendo sus productos contaminantes en aras de la “conservación de empleos”.

Si retomamos el asunto desde otra lógica, por ejemplo la de los postulados de Viktor Schauberger, resulta que ambos lados de la moneda son uno mismo. El problema no es el automóvil ni el calentamiento global, sino la forma misma como nuestra cultura ha usado la energía hasta ahora. Para Schauberger actualmente usamos los principios energéticos elementales del fuego que se sustentan en las fuerzas gravitacional, explosiva, destructiva, desintegradora y eléctrica, si usáramos los principios energéticos elementales del agua que se sustentan en las fuerzas levitativa, implosiva, creadora, integradora y magnética las perspectivas de la humanidad serían completamente diferentes.

Evidentemente las ideas de Schauberger “no han sido aceptadas por las corrientes convencionales de la ciencia.” Schauberger es y seguirá siendo un loco mientras existan intereses económicos tan fuertes detrás del manejo de la energía del fuego. Desde esta óptica sus puntos de vista no son dignos, siquiera, de ser explorados.

Este ejemplo, que es solo uno de los muchos posibles, nos muestra como el mismo uso de la energía, ese principio que para la física es lo más básico y elemental de la realidad y la vida, nos ha esclavizado. Una energía libre y sin costo que pudiera obtener con una sencilla tecnología instalada en mi jardín o en el techo de mi casa es impensable dentro de estos esquemas ya que conlleva el peligro implícito de que nosotros, la gente, nos hagamos libres, que dejemos de ser esclavos de los intereses de las compañías petroleras, automovilísticas y de gran parte de las industrias química y extractivas.

Lo mismo o algo semejante podemos decir de muchas otras formas de la manifestación de la energía importantes para el ser humano.

Otro ámbito de ignorancia esclavizante lo podemos ver en la tecnológica. Tomemos como ejemplo el caso de cómo se ha ido “implementando” la forma como nos desplazamos.

Todavía hasta principios del siglo XIX una persona se podía considerar privilegiada si poseía un caballo para desplazarse. Si poseía cuatro que además se podían enganchar a un carruaje, esa persona era verdaderamente pudiente e importante. Hoy en día, gracias a la tecnología, ya no nos conformamos con menos de 80 caballos encerrados debajo del cofre de nuestro vehículo, preferentemente un BMW del año y dotado de toda una parafernalia adicional que ya no tiene que ver nada con el desplazamiento.

¿Pero esa forma de desplazarnos realmente ha solucionado algo? Si hacemos un poco de historia, los primeros desarrollos tecnológicos en el ámbito de la transportación se dieron en los medios de transporte colectivos. Me refiero concretamente en al tren y a la navegación marítima. Poco a poco, teniendo a Benz y Diamler como pioneros y culminando con el “revolucionario Modelo T producido en cadena” de Henry Ford, las formas de desplazamiento se convirtieron en una tecnología de uso individual y selectivo.

A los occidentales se les ha adjudicado, sin más, el derecho al uso de un automóvil por persona adulta. Hoy en día, ante el desarrollo de China, la India y otros países asiáticos altamente poblados este mismo derecho está poniendo a temblar al mundo. ¿Si con los automóviles existentes ya nos acabamos los recursos y el petróleo del mundo, imaginemos lo que pasaría si a los chinos se les ocurre imitarnos? Pero nos seguimos aferrando al derecho de poseer un automóvil per cápita incluso en un ambiente como el del Distrito Federal donde la cantidad de vehículos particulares existentes no ha hecho otra cosa que deteriorar significativamente la calidad de vida de los habitantes aumentando radicalmente sus tiempos de desplazamiento. Si nos la pasamos varias horas en un embotellamiento evidentemente es más fácil echar la culpa a las autoridades del GDF e impedir que circulen los ciudadanos de provincia, que cuestionar el derecho de estar sentados dentro de nuestro bendito vehículo automotor que ¡tanto nos facilita la vida llevándonos rápida y cómodamente a cualquier lado!

El hombre “civilizado occidental” sonríe al estudiar a las rudimentarias culturas que no descubrieron los “beneficios de la rueda” como nuestros antepasados americanos, al mismo tiempo no se da cuenta que “en la actualidad los hombres han edificado un fantástico altar bajo la forma de millones de kilómetros de asfalto sobre el cual se vierten cada año centenares de millares de litros de sangre. El monstruo es insaciable… La invención del automóvil ha obligado a los sabios a explotar más y más los yacimientos petrolíferos. Cuando el planeta esté vaciado de sus recursos naturales y las cavernas se queden agotadas en su interior eliminando los baños de aceite de los mecanismos telúricos, los terremotos serán cada vez más mortíferos. Moloc se aprovecha de la locura por deambular que tienen los humanos y les hace olvidar que los iniciados habían prohibido el uso de la rueda.”

Ante esto no hay más solución que retroceder unos pasos en el desarrollo de la tecnología de la transportación y retomar el camino en una dirección diferente: la tecnología de la transportación en su forma colectiva es una de las ideas más geniales de la historia de la humanidad, la individualización del transporte es una de las peores. Si la tecnología de la transportación colectiva además considera opciones no rodantes como la levitación magnética, el aerotrén o el túnel magnético podrían regresar el transporte a un nivel “espiritual” respetuoso con las venas de la tierra. El detalle, como en muchas otras cosas, es que en el transporte colectivo hay poco negocio, en el transporte individual en negocio parece ser infinito.

Si hoy en día el Dinero es Dios, su Cristo es el automóvil y el petróleo su Espíritu Santo. ¿No es hora ya de cambiar el credo?

Mucha gente piensa que abandonar la tecnología actual es retroceder a la edad de piedra. Esto no es cierto en absoluto, no es necesario abandonar la tecnología, lo que tenemos que abandonar es la ecuación tecnología-ignorancia-riqueza.

Por las mecánicas intrínsecas al sistema monetario, la tecnología se ha convertido en una forma de generación de enormes fortunas sustentadas casi única y exclusivamente en el simple hecho de mantener a todos, salvo los poseedores mismos de la tecnología, en la más absoluta de las ignorancias. Nadie puede, por ejemplo, instalar un artilugio tecnológico en el techo de su casa si la información de cómo se puede fabricar está oculta en las bóvedas de las oficinas de patentes cuyo acceso requiere de inversiones millonarias que dentro de la misma lógica del sistema resultan nulamente redituables por lo que se prefiere dejar los inventos en las bóvedas aun si su implementación resultara más sustentable en el largo plazo.

Otro ejemplo ya célebre en el que se manifiesta palpablemente la ecuación tecnología-ignorancia-riqueza es en la industria de las computadoras. Su desarrollo va a pasos tan agigantados que requiere, se nos dice, del reemplazo completo de los equipos cada 2 o 3 años. Nuevamente nos encontramos con un postulado que solamente es lógico dentro de los parámetros del monetarismo. Si bien es cierto que, por ejemplo, el desarrollo de los procesadores ha multiplicado su velocidad, no lo es en la tecnología de las tarjetas madre que los soportan. ¿Por qué, entonces, tengo que cambiar las dos piezas para actualizar mi computadora o, mejor aún para los fabricantes, cambiar todo el equipo? Lo mismo sucede con las paqueterías de software. Si analizamos la evolución de muchos programas nos damos cuenta que la esencia de los mismos no cambia, lo que se implementa son las partes que los “adornan”. Desde que tuve acceso a los primeros procesadores de texto hasta la fecha no veo ningún cambio en su funcionamiento esencial, siguen funcionando por medio de un teclado y organizan los textos por medio de la combinación de una docena de parámetros tipográficos. Todo lo demás que hace mi versión Word 2007 sale sobrando. Nunca lo he usado y no conozco a nadie que lo haya hecho. Muchas de las funciones incluso resultan molestas como el corrector ortográfico automático, para cuya desactivación, por querer imponerme opciones equivocadas, perdí varias horas de valioso tiempo. Si intentamos correr este último programa en una máquina 3 años más vieja, resulta imposible ya que se necesita más espacio en disco duro, mas velocidad en RAM y quien sabe que tanta otra cosa innecesaria. En mi vieja “Amiga” del año 1987 todo el programa y los textos que elaboraba corrían y se almacenaban con un disco floppy de 520 Kb de capacidad. No recuerdo haber tenido nunca un problema con mi vieja “Amiga”, cosa que sucede con bastante frecuencia con mi última versión de Windows Vista, a tal grado que ya estoy preocupado por conseguir una versión de Windows 7 con la esperanza de que los programas ya no se me congelen con tanta frecuencia. (Claro que no me atrevo a sospechar que Microsoft está haciendo trampa y me manda sus errores, virus y troyanos a propósito para inducirme a más frecuentes e innecesarias compras de software y equipo nuevo.)

La lógica de trasfondo solo se encuentra en la ecuación tecnología-ignorancia-riqueza. Se parte del supuesto que solo un sector limitado de la gente (los orgullosos miembros del mercado) tiene la capacidad económica –o hasta de inteligencia- para adquirir un equipo. Y, como se trata de un sector limitado, le tengo que vender lo mismo varias veces para que mi inversión sea redituable. ¿No sería mejor pensar en un mercado más vasto? De, por ejemplo, una computadora para cada habitante de la Tierra armada de tal forma que no “caduque” y tenga que ser reemplazada en digamos 10 años. (Y que no me vengan con el cuento de que la tecnología para lograrlo no existe todavía… es bien sabido que el desarrollo del Windows 7 en los laboratorios de Microsoft estaba prácticamente terminado incluso antes del lanzamiento de Windows Vista).

¿Por qué resulta tan absurdo pensar en esta posibilidad? Contrariamente a lo que se pudiera creer no es una idea absurda sino peligrosísima para un sistema que perpetua la ignorancia, porque por primera vez implicaría dar armas a la humanidad para combatirla y las armas, como es bien sabido en todo ejército, se reparten solo a aquellos soldados que ya están adiestrados y funcionan con la lógica del mismo ejército.

Con una computadora en cada casa se podría revolucionar (y de hecho los jóvenes y alumnos del mundo ya lo están haciendo) la educación de la forma más radical posible a través de la creación de núcleos de aprendizaje motivados única y exclusivamente por el interés compartido entre los participantes del núcleo. Una computadora en cada casa podría hacer realidad lo que propuso Ivan Illich en 1985, mucho antes de que existiera la posibilidad del acceso colectivo y universal al Internet: “Un buen sistema educacional debería tener tres objetivos: proporcionar a todos aquellos que lo quieren el acceso a recursos disponibles en cualquier momento de sus vidas; dotar a todos los que quieran compartir lo que saben del poder de encontrar a quienes quieran aprender de ellos; y, finalmente, dar a todo aquel que quiera presentar al público un tema de debate la oportunidad de dar a conocer su argumento. Un sistema como éste exigiría que se aplicaran a la educación unas garantías constitucionales. Los aprendices no podrían ser sometidos a un currículum obligatorio, o a una discriminación fundada en la posesión o carencia de un certificado o diploma. Ni se obligaría tampoco al público a mantener, mediante una retribución regresiva, un gigantesco aparato profesional de educadores y edificios que de hecho disminuye las posibilidades que el público tiene de aprender los servicios que la profesión está dispuesta a ofrecer al mercado. Debería usar la tecnología moderna para lograr que la libre expresión, la libre reunión y la prensa libre fuesen universales y, por consiguiente, plenamente educativas. “

Sobra decir que una computadora en cada casa y el adiestramiento rudimentario para cada persona en su uso, costaría a los estados del mundo una cantidad infinitamente menor a la que invierten hoy en la educación. El problema para el estado, obviamente, es como dilucidar y en su caso controlar si lo que aprende el ciudadano no puede llegar a ser peligroso para el estado mismo y sus instituciones.

Para el futurista Jacque Fresco, la ignorancia tecnológica es la peor de las ignorancias ya que a través del uso universal de la tecnología, limitado únicamente por el parámetro de la responsabilidad, tendríamos el potencial de desarrollarnos realmente como seres humanos plenos y libres. No habría la necesidad de trabajar más que en lo que uno verdaderamente quiere, puede y está dispuesto a hacer, porque las máquinas harían el trabajo esclavizante de la producción, no habría la necesidad de un gobierno porque los elementos de regulación que este proporciona se podrían suplir fácilmente con ordenadores. No habría crimen porque las inequidades que lo generan estarían equilibradas y nadie carecería de lo necesario para vivir y sobrevivir. En fin… ¿un sueño de ciencia ficción más o una realidad futura? ¿Llegaremos a saberlo?

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